De una economía popular a una economía de sobrevivencia
Profesor Juan Carlos Ceballos Guerra – Grupo de Investigación Hábitat, Comunicación y Cultura
Medellín, Marzo de 2015
En los recorridos por los barrios de las laderas de Medellín que hacemos con los estudiantes de la Universidad Nacional, se pueden ver continuamente avisos en papelerías y tiendas donde se anuncian recargas a celular, pago de servicios públicos, recargas de energía. Cualquiera puede pasar inadvertido este último aviso, pues pensará que no es con él. Pero ocurre que las empresas de energía, han diseñado una estrategia de venta del servicio de energía de modo que no tengan el problema de que la gente quede sin el servicio.
Por lo menos eso dicen las Empresas Públicas en sus informes de gestión y en sus programas de radio y en la publicidad de sus portafolios en donde la relación servicio básico – derecho de la población ha sido cambiada eufemísticamente por la relación empresa – cliente. Entonces han instalado contadores de energía que se recargan con una tarjeta como cualquier dispositivo telefónico. Usted va a la tienda o papelería de su barrio. Pide una recarga de $10, 20 o 30 mil pesos. Regresa a su casa. Inserta la tarjetica en el contador y de nuevo éste empieza a funcionar. Esto que parece una idea innovadora, al mejor estilo paisa, también es un problema para tantos miles de personas que en una ciudad como Medellín viven de la sobrevivencia, de la lucha diaria, de levantarse a “ver qué se hace”, a “conseguirnos la comidita”.
Muchas personas de las que viven en estos barrios pobres de la ciudad tienen su casa como negocio de tienda, como fábrica de confecciones, como taller de maquila para el sector de la confección o de las artes gráficas. Si se acaban los 10 o 20 o 30 mil pesos en un momento – imagínese si es a las 3 de la mañana y el señor de la tipografía le ha dicho que a las 7:00 a.m pasa por los volantes o folletos que usted está plegando, entonces qué hace?
Además, si a las 6:00 a.m. tiene que despachar a sus hijos para la escuela y el colegio y ve que se está acabando el cupo de su tarjeta de energía, ¿qué opción tiene? ¿Adelanta el trabajo de confección en la máquina fileteadora o le alista el desayuno a sus hijos?
Esto que parece una solución muy ingeniosa no deja de ser también una espada de Damocles que cae infalible sobre esta población que en los discursos es tenida en cuenta como parte de políticas de inclusión pero que cualquier falla en esas mismas políticas o un cambio en los políticos de turno les traerá irremediablemente el lema de “sálvese quien pueda”.
Señores y señoras: qué siga el juego, como diría el personaje de El Jugador en Mijaíl Dostoievski.