El lenguaje de una arquitectura global
Profesor Juan Carlos Ceballos Guerra – Grupo de Investigación Hábitat, Comunicación y Cultura
Medellín, Junio de 2015
En la ciudad que se vende al turista, que construye megaproyectos de parques temáticos, jardines circunvalares, parques sobre la ribera del río Medellín, conglomerados de edificios para citas de negocios, ferias y eventos estelares, en esa ciudad parece que sólo hubiera un lenguaje arquitectónico. Predomina el vidrio en las fachadas, las plataformas amplias, los “Malls” comerciales, los bulevares a manera de vitrinas para el despliegue del ver y ser visto, admirar y ser admirado como en una gran pasarela de la moda.
En este modelo de ciudad la arquitectura popular de los barrios construidos por sus habitantes es sinónimo de kitch, de algo vergonzoso, de algo que hay que esconder. A no ser que se le cambie de uso y se vuelva un artefacto digno de mostrar al turista como folclor local.
A este modelo de ciudad se le propone entonces un prototipo de vivienda para los pobres: cajones de apartamentos en edificios de 6, 12, 20 pisos, construidos en un Sistema de vaciado donde las paredes de los apartamentos hacen parte de las estructuras de los edificios y por lo tanto no puede ni siquiera colgar un cuadro en ninguna habitación.
Son apartamentos de áreas muy reducidas que pueden ser hasta de 36 metros cuadrados en los que tienen que acomodarse 4 o 5 personas y también la mascota, los tíos que llegan a citas médicas, el abuelo que pasa una temporada a la espera de una cirugía en la eps, el primo que está desempleado y ha llenado la ciudad de hojas de vida, el sobrino al que amenazaron en el barrio y allí está a la espera de que se enfríe la cosa.
No son estas casas las que construyeron las primeras generaciones de migrantes y desplazados. Ellos ocuparon las laderas, o compraron lotes de 80, 100 o 120 metros cuadrados. Hicieron marraneras y corrales de gallinas. Incorporaron en las fachadas toda una memoria de colores, texturas y materiales de sus territorios campesinos.
Cuando la familia creció y el barrio también, entonces construyeron nuevas habitaciones o apartamentos en las llamadas “terrazas” (entrepisos). Remplazaron la madera por paredes de ladrillo pero conservaron esa danza de colores que satura esos callejones laberínticos que en otro tiempo fueron solares. La familia fue creciendo y la casa se fue anchando, alargándose, ampliándose y a la vez encogiéndose, ajustándose a cada etapa de la familia: con hijos pequeños, familia con jóvenes, familia con nietos, familia con bisnietos, familia con nietos para cuidar mientras los papás trabajan. La casa pasó de tener marraneras, huerta, corral de pollos a tener negocio de tienda, confecciones, peluquería a finales de los años 1990 y después del 2010 ya es un salón de estética de belleza con jóvenes impecablemente vestidos como enfermeros.
Definitivamente, en esta ciudad global la arquitectura con su lenguaje hegemónico es la nueva forma de silenciar todas las expresiones que se salen del canon establecido por las grandes marcas de ciudad.